-Óptima estupidez-
De nuevo, otra vez,
el círculo, el inmenso círculo
cernido sobre sí mismo, la cúpula
que me muestra las mismas caras,
las mismas frases repetidas,
los mismos gestos de desesperación
sin lucha,
deserción de la agonía.
Ejército de disciplinados
y obedientes soldados de sombra
desfilando por vías trazadas
por oscuros soldados opacos.
Con vuestros culos
cagados de mierda, por el miedo
que os da la libertad (Fromm dixit,
Cervantes confirma, Russell
sanciona), vuestro hedor
llena las calles de viciado
permufe a escándalo,
y pánico.
¿Quién ha de notarlo?,
¿filósofos?, ¿poetas?,
¿artistas aniñados?
Todos callados, asesinados, su carne
se pudre, viva, bajo el suelo,
alienta con esplendor
las bellas derrotas
de la indiferente soledad
plena de pianos, canela y alegría.
Porque fuera ya, y reunidos, todos iguales,
la misma bolsa del supermercado,
el mismo peinado, la misma sonrisa
de la caja de sonrisas de préstamo,
incapaces de vivir al borde del abismo,
de buscar con los ojos ciegos
la mano, el estoque, la muerte…
al borde del abismo
donde Nietzsche llora,
donde Sartre da gemidos,
donde Pascal implora,
donde Camus muere una y otra vez,
Sísifo del hombre,
aplastado por sus hierros,
donde Wittgenstein atiza el fuego
de su crematorio, donde Marx cumple
cadena perpetua, donde Zizeck camina
de pie por el mar con los ojos abiertos,
donde Federico se levanta cada mañana
para ser fusilado de nuevo,
y se abre las venas con los dientes,
luz, luz,
y agua, agua,
y fuego, fuego.
Seguid así,
hijos míos, árboles quietos
del pantano, arena de arena de arena,
que, como dijo el poeta,
os garantizo
orden, paz, silencio.
De todas las estupideces posibles,
la humana es, por propio derecho,
la más disciplinada,
cruel,
obediente.
De nuevo, otra vez,
el círculo, el inmenso círculo
cernido sobre sí mismo, la cúpula
que me muestra las mismas caras,
las mismas frases repetidas,
los mismos gestos de desesperación
sin lucha,
deserción de la agonía.
Ejército de disciplinados
y obedientes soldados de sombra
desfilando por vías trazadas
por oscuros soldados opacos.
Con vuestros culos
cagados de mierda, por el miedo
que os da la libertad (Fromm dixit,
Cervantes confirma, Russell
sanciona), vuestro hedor
llena las calles de viciado
permufe a escándalo,
y pánico.
¿Quién ha de notarlo?,
¿filósofos?, ¿poetas?,
¿artistas aniñados?
Todos callados, asesinados, su carne
se pudre, viva, bajo el suelo,
alienta con esplendor
las bellas derrotas
de la indiferente soledad
plena de pianos, canela y alegría.
Porque fuera ya, y reunidos, todos iguales,
la misma bolsa del supermercado,
el mismo peinado, la misma sonrisa
de la caja de sonrisas de préstamo,
incapaces de vivir al borde del abismo,
de buscar con los ojos ciegos
la mano, el estoque, la muerte…
al borde del abismo
donde Nietzsche llora,
donde Sartre da gemidos,
donde Pascal implora,
donde Camus muere una y otra vez,
Sísifo del hombre,
aplastado por sus hierros,
donde Wittgenstein atiza el fuego
de su crematorio, donde Marx cumple
cadena perpetua, donde Zizeck camina
de pie por el mar con los ojos abiertos,
donde Federico se levanta cada mañana
para ser fusilado de nuevo,
y se abre las venas con los dientes,
luz, luz,
y agua, agua,
y fuego, fuego.
Seguid así,
hijos míos, árboles quietos
del pantano, arena de arena de arena,
que, como dijo el poeta,
os garantizo
orden, paz, silencio.
De todas las estupideces posibles,
la humana es, por propio derecho,
la más disciplinada,
cruel,
obediente.
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