domingo, 16 de diciembre de 2007

Agencia de periodistas sentimentales y ficticios


En mi condición de guerrero tártaro invisible no podía dejar pasar una oportunidad así: crear una agencia sentimental y ficticia de periodistas.
Se me ha ocurrido esta tarde mientras paseaba con Isabel, periodista también, por Indautxu. Ella silbaba una canción de una cantante puertorriqueña y yo, mentalmente, dibujaba las notas y figuras en el aire y las cambiaba de forma y color. Las ‘blancas’ pasaban a ser ‘azulonas’; las negras, rosa palo, y las redondas se convertían en trapecios. Miraba a Isabel e iba modelando una nueva manera de entender el pentagrama que rompiera con el aburrido grafismo en blanco y negro y llenara de luz puertorriqueña la escala. Finalmente, cuando estaba a punto de colgar las notas en los cables de alta tensión (cinco líneas paralelas ideales) para que la luz llegara a todo Bilbao empapada en ritmo caribe me he fijado en un objeto fantástico y lleno de posibilidades para la reducida población de guerreros tártaros invisibles que somos aún: una placa informativa en un portal.

Las placas informativas que anuncian abogados, consultoras financieras y especialidades médicas como la hidrología (¿una logia francmasona de arquitectos acuáticos?), la urología (¿un estudio para devolver la vida a los extintos uros?) o la medicina nuclear, que se define por sí misma, no pueden ser pasadas por alto por todo aquel que aspire a ser un habitante de los alrededores del lago Baikal, territorio original de los tártaros según textos turcos del siglo VIII.
Como buen guerrero que soy, valiente y salvaje, he mirado la placa y me he preguntado qué pasaría si, en una de ellas, en vez de hablar de uros, de logias francmasonas o de la guerra nuclear se anunciara una agencia sentimental y ficticia de periodistas, al uso de la de los detectives de las películas de Fritz Lang o las novelas de Raymond Chandler.

Una agencia fiticia de periodistas sentimentales daría muchos servicios a la sociedad, he pensado; y he estado a punto de decírselo a Isabel, pero para eso había que romper su tarareo y, la verdad, no me apetecía, porque con esa música ya tenía algo para nuestro futuro despacho: la radio. Isabel ha puesto la radio y yo me he dedicado a imaginar la decoración. Sería una estancia sobria y elegante, sin archivadores y en su lugar una gran espada en una vitrina que en la empuñadura tuviera grabado: ‘kara tatar’. Habría una mesa para mí y otra para ella. La suya, de ébano, evocaría en las molduras una playa puertorriqueña; y la mía, una mesa de castaño con ramas y hojas que se caigan en otoño, así se reforzaría la imagen ‘sentimental’, ‘muy sentimental’ que persigo para esta agencia ficiticia de periodistas sentimentales. Por supuesto haría falta la luz mortecina de una ventana con visillos, un perchero para dejar sombreros de hongo y unas máquinas de escribir Undewood y Remington. En uno de los cajones de las mesas debería haber una pistola con una sola bala. En otro, una petaca de whisky. También, una manzana, un pintalabios de carmín rojo y una fotografía de tiempos más felices, aunque dudo dónde ponerlos y a quién: sí a mí o a ella. Creo que le voy a dejar a ella la manzana y la fotgrafía, y el carmín para mí, aunque no me pinto los labios me puede venir bien para seducir a las bufadas señoronas que llegarán a nuestra agencia. Unas cortinas, una moqueta verde billar, una estufa que no funcione, unas grandes lámparas de mesa y papeles repartidos arbitrariamente en carpetas y portafolios de cartón completrían el cuadro.

Lo fascinante ha sido empezar a entrever ya algunos de los ‘casos’ que vamos a tener en nuestra agencia. He visto a un señor mayor que quiere salir en la primera página de un periódico a cinco columnas; a un joven muy tímido que necesita una crítica elogiosa suya para impresionar a la chica que le gusta; a un broker romántico que sólo quiere leer noticias felices de amores posibles, y a un payaso amargado que sólo quiere noticias tristes de amores imposibles. Estaba también el último maqui ardiendo por leer la noticia de que hubiera ganado la República la guerra, y un escritor amateur que sueña con unas páginas donde se diga que ha obtenido el Nobel. Sería un negocio fabuloso porque ¿quién no ansía ser reconocido?, ¿quién no siente el orgullo de aparecer en los papeles, de figurar en la historia, de dárselo a leer a la madre, aunque sea una historia falsa y unos papeles ficticios de un periódico inexistente para una madre muerta.?

Hemos dejado atrás la placa, Isabel ha silbado dos compases más y el tráfago en la oficina imaginaria, mientras, no paraba: ‘noticias locales de mi piso’, pedía alguien; ‘crónica de mis sueños’, reclamaba otro; ‘un reportaje sobre por qué se me quedan los pies fríos’, solicitaba otra voz. ‘Y una entrevista a mis bisabuelos’. ‘Una investigación sobre cómo mi marido gira la llave en el bombín’. ‘Un artículo para afear las costumbres de mi hermano en la mesa’. ‘Una editorial sobre los responsabilidad psicológica de los Reyes Magos’; ‘y la cartelera de mi DVD’; ‘la contraportada con mis fotos del fin de semana’; ‘y un Telediario para contar a mis hijos qué he hecho durante el día’; ‘y un programa de radio’, añadía una última voz, ‘un programa de radio con la voz de ella, que se ha ido, para todas las noches poder escuchar su voz en mi almohada.’

Luego nos hemos perdido un poco más en las calles oscuras de Bilbao bajo su noche densa de caldo frío. Hemos hablado de personas que no pueden comunicarse y de gente que necesita abrazos. Especies que no están en peligro de extinción. Nuestra agencia ficticia paliaría en parte la primera necesidad; para la segunda va a haber que recurrir a la anatomía o poner una cristalera al corazón que lo haga transparente, donde se asome por las tardes a coser, hable y todos los vecinos puedan entender que necesita un abrazo, una caricia o media sonrisa. Al cruar la calle he mirado por el rabillo del ojo nuestro despacho flotante sobre el barrio de Indautxu, como un plato lleno de estrellas, donde suena música caribeña todo el día y las personas tocan a su puerta invisible para pasar a la historia. Cobramos 25 euros, más gastos, la noticia.

6 comentarios:

Gi dijo...

Puedo trabajar en esa agencia?
Leíste a Alejandro Dolina?

Qué descubrimiento tu blog, ya mismo te linkeo!

Gi dijo...

Otra cosa: en Buenos Aires, no solo en las profundidades existen personajes de antología. Si te parás en Av. Corrientes y Rodríguez Peña, un sábado a las nueve de la mañana, te podés encontrar con seres extrañísimos.

Iván dijo...

Hola laluz:

Gracias por pasarte y tus comentarios.

No, no he leído a Alejandro Dolina, pero tomo buena nota y te comento en cuanto le lea.

La verdad es que ya me han invitado varias personas a ir a Buenos Aires. Escritores y poetas salvajes. Gente así. Ahora mismo no puedo, pero el día menos pensado me planto allí a conocer Corrientes, que debe ser ese lugar donde nacen los cuentos.

Saludos.

Raquel Barbieri dijo...

Yo me apunto para la agencia de periodistas sentimentales y ficticios y de paso, me uno a Luz en que Dolina te va a gustar.

Por la calle Corrientes, (que es en realidad una avenida pero todos le decimos "la calle Corrientes") pasa el metro de la línea B, que es según mi experiencia, el que tiene más material para escribir historias dentro de esta ciudad.

Te he linkeado.

Saludos y hasta cualquier momento:)

Gi dijo...

Te mando un link, cuando entres a la pantalla bajá un poco con el mousse o la ruedita y vas a encontrar varios cuentos de dolina

http://www2.informatik.uni-muenchen.de/dolina/

Carlos Paredes Leví dijo...

Podr�a funcionar.....a fin de cuenta, los humanos somos pura vanidad.
Es bueno tener ideas demenciales y teor�as sobre todo, aunque s�lo sea para defenderse de las demenciales que tienen los dem�s.
Un saludo.