jueves, 13 de diciembre de 2007

-Travesía del desierto-




Volví a casa el martes después de haber estado con Kepa dándole al trago en el Casco Viejo: una caña y un zurito. Habíamos hablado de vagas posibilidades de futuro y de desiertos remotos, dos temas que nos apasionan. Salimos del Aurkia, un bar que suele cambiar de nombre y apariencia, y nos despedimos en la estación de metro: él subió a Begoña y yo me fui hacia Cruces; las referencias místicas o cristológicas son casuales en ambos casos y alguien que sea de Bizkaia se las confirmará. Existen.


Fui todo el viaje leyendo 'El Mundo', la nueva novela de Juan José Millas, no me juzguen mal, y pensando en las vagas posibilidades de futuro que tengo y en los desiertos remotos que habré de afrontar. En un momento dado leí en la novela: 'La lectura y la escritura son también espacios desde los que no siempre, pero de vez en cuando, se ve la calle, quiero decir la Calle, o sea, el mundo' (p. 105), y deseé tener el lápiz que no tenía para subrayarlo, así que lo subrayé mentalmente con ese 'deseo' añadido que es algo más que subrayar: una cosa es trazar una vulgar línea de grafito bajo unos versos o unas líneas que te inspiren y otra no subrayar, pero con deseo. El deseo de subrayar subraya de forma indeleble, como el deseo de engañar, por ejemplo, ya es engaño, o el deseo de desear es una forma de deseo casi lujuriosa.


Entre deseos lujuriosos, desiertos remotos, subrayados mentales y vagas posibilidades llegó mi parada. Me bajé (o no me bajé de nada, simplemente abandoné el vagón del metro), subí las escaleras y esperé con paciencia ante la puerta cerrada del ascensor. En ese momento acababa el capítulo titulado 'La calle' y nada más a propósito, efectivamente, yo también iba a la calle. Con un 'Pero ignoro qué iba a ser.' (como mi desierto o como mis vagas posibilidades de futuro) se acabó el capítulo y, al mismo tiempo, llegó el ascensor.


Una mujer esperaba a mi espalda con una silla de niño vacía (ahora que lo pienso es muy raro que viajara con una silla vacía, pero puede que, como el bar Aurkia, también la silla tuviera derecho a cambiar de nombre y apariencia cada cierto tiempo y no ser simplemente una 'silla de niño' sino ser un 'complemento' y aparentar, por ejemplo, la fisonomía de un bolso de marca. Lo del bolso de marca es algo snob, lo reconozco, pero quería que para la pobre crisálida que es la 'silla de niño' supusiera una mariposa digna y no recurrir a una triste oruga parecida. Hay que dar dignidad a las metáforas.). Volví del desierto remoto de la lectura ignorando el futuro y pensando en la calle, en mi calle, desde la que también se ve el mundo, y, galante, dejé pasar primero a la señora con la 'silla de niño' vacía que se creía un bolso Gucci. Los dos me sonrieron.


Aunque el ascensor no iba muy lleno (nosotros tres -no sé por qué hago piña con la señora y su silla que se cree bolso, será porque me hace ilusión formar parte de algo- y unas señoras mayores canosas), la señora, la madre, apretó la silla contra la pared de fondo aplastándola hasta convertirla en algo muy parecido a un bolso para dejar más espacio libre. En ese momento las señoras mayores se asustaron y saliendo del desierto remoto de su edad, barajando las posibilidades y extrapolando su mundo, su calle, al de la madre le gritaron:


-¿Pero qué hace usted con su niño?


Creo que oí el grito de decepción de la silla que, sí, volvía a ser simplemente una 'silla de niño' y no el bolso Gucci que imaginó por momentos. La madre giró la cabeza y les respondió: 'Iba a hacer esto si llevara a mi niño aquí'. Cuando la volvió, sonrió para sus adentros y me lanzó una mirada cómplice que destilaba vagas posibilidades de futuro y desiertos remotos por recorrer. Yo la sonreí también. Tenía los ojos oscuros.


Las señoras se atusaron el cabello canoso y siguieron comentando a mis espaldas las vagas posibilidades de que hubiera un niño o no, de que fuera en esa silla plegable o que la silla no fuera tal sino otra cosa. El ascensor llegó a la calle, volví a ceder el paso a la señora de la silla, ya convertida totalmente en 'la madre' (sólo una madre haría esas cosas) y salí detrás de ella unos pasos. Se perdió camino del hospital. En ese momento pensé que igual su hijo estaba enfermo y que por eso no iba en la silla sino que, remoto, se encontraba con otro nombre y otra apariencia, una mascarilla de Ventolín en la cara para respirar mejor por ejemplo, en ese hospital desde donde se ve el mundo, pero donde el mundo no acude nunca.


Me interné en mi calle, en mi mundo, y según iba pisando las hojas secas que crepitaban bajo mis zapatillas volví a pensar en mis vagas posibilidades de futuro y, cómo no, también en mis desiertos remotos.

6 comentarios:

Carlos Paredes Leví dijo...

Yo soy incapaz de encarar un libro sin ir armado de un l�piz con goma en uno de los extremos. Para subrayar y para borrar cuando la l�nea queda torcida como resultado de los vaivenes del Metro.
Hace tiempo descubr� una cosa, aunque temo no ser original en el pensamiento; son los libros quienes nos eligen a nosotros, y no al rev�s.
Para esas apariciones tambi�n sirve, con algunos matices, una frase que el gran Elie Wiesel escribi� pensando en una persona:
"Si nuestros caminos se cruzaron, es porque nuestro encuentro encierra un significado que nos desaf�a o se nos escapa".

Me gust� su narraci�n. Le mando un saludo.

Iván dijo...

Gracias por su comentario.

Un poeta argentino me dijo una vez que él no subrayaba todos los libros, sólo los que se lo merecían. Por eso no suelo llevar encima lápiz, cuando un libro se lo merece dejo el libro y corro a buscar el lápiz.

Saludos.

Carlos Paredes Leví dijo...

Ser� que yo s�lo libros merecedores.....
Saludos.

Sibyla dijo...

Iván, coincido con Carlos, me ha encantado el relato, pero sobre todo su narración.
A mí me pasa un poco como a tí, soy un poco despistada, y tengo que correr a por un lápiz, para poder marcar esas palabras y frases, que no me dejaron indiferentes.
Si voy viajando y no lo llevo encima, entonces intentó memorizar la página,
para volver y recuperar la frase.
Me gustó lo de "desiertos remotos".
Saludos.

Isa Díez dijo...

Estupendo relato, muy 'Millanesco', de un estilo diría yo que brillante. Felicidades, sigue así!

Iván dijo...

Me encanta eso de 'de un estilo diría yo que brillante', como el arroz. Los textos brillantes son un plato de arroz.

Gracias por creer.