sábado, 15 de diciembre de 2007

Guerreros tártaros


Todo lo que sé del escritor luso Virgilio Ferreira es que hay que leerle por la noche con una copa de vino en la mano y que está muerto. Que está muerto lo conozco porque volví las guardas de un libro suyo en la biblioteca municipal de Bilbao y allí lo decía bien claro. Evidencia documental. Lo de la copa de vino me lo dijo un profesor hace dos años en la universidad. Yo aspiraba a ser crítico de literatura en un periódico, y para eso me matriculaba en todas las asignaturas que creía relacionadas: 'Periodismo cultural', 'Géneros de opinión', 'Literatura universal', 'Técnicas de literatura española contemporánea...' En una de ellas, no recuerdo en cuál, el profesor, un corajudo borrachín, nos dijo que había que leer al 'exquisito' Virgilio Ferreira, pero sólo por la noche, con la televisión rigurosamente apagada y con una copa de espumoso en la mano.


Aunque odio el espumoso una noche me preparé una copa, me senté en la sala delante del televisor rigurosamente apagado y me dispuse a leer a Virgilio Ferreira, sólo que no leí a Ferreira, a saber por qué, sino que me lancé a los imprevisibles brazos de otro portugués: Antonio Lobo Antunes, un escritor que conoció la guerra de Angola, que escribió cartas de despedida a su reciente mujer y que después se hizo médico para no ejercer nunca la profesión y desaparecer en su despacho a escribir sus novelas, novelas escritas a espasmos torrenciales donde las ideas se cruzan y los personajes, a capricho, aparecen y desaparecen o nos hablan desde detrás de una piedra en el desierto.


Eso es todo lo que sabía de Ferreira hasta el otro día, cuando di en Internet con el blog de un escritor argentino que aseguraba en una entrada que 'se parapetaba' detrás de un libro de Ferreira en el metro de Buenos Aires. El verbo parapetar es curioso y tiene algo de vieja filosofía ateniense. Es un verbo casi peripatético, aunque uno no se pueda parapetar de pie y dando vueltas sino que deba parapetarse en una fortaleza asediada, por ejemplo, para desaparecer en ella y no ser invadido. El escritor porteño, parapetado aunque sentado quizá, observaba 'al resto de pasajeros del vagón' como si fueran una noche medieval que andara por sus calles. Él en su fortaleza asediada medieval y ellos realizando su 'grotesco espectáculo' de estar absortos en la 'nadería' de sus pensamientos o 'hundidos' (otro verbo medievalizante) en la lectura de 'periódicos gratuitos, atrasados suplementos dominicales y libros de pseudoliteratura'.


El recuerdo vaporoso de Virgilio Ferreira y mi total desconocimiento de él, aparte de saber que estaba muerto, me animó a dejarle un comentario sobre la literatura que surge de los transportes públicos y creo que cité a un autor muy dado a desaparecer, Enrique Vila Matas; a un escritor inglés que está hundido en los fangos de la lengua española, Roger Wolfe; y a una escritora que se parapetaba detrás de sus cuadernos y que también murió, Carmen Martín Gaite.


Al poco me encontré una respuesta del escritor bonaerense donde aseguraba que su narración, titulada 'Escena diurna', era en realidad una reposición motivada por mi anterior entrada en esta bitácora, llamada 'Travesía del desierto', en la que yo hablaba de viajes en metro, de vagas posibilidades de futuro y de desiertos remotos. 'Decidí rescatarlo', decía su comentario, y me imaginé alguien hundido en un foso medieval o parapetado en una fortaleza en Jaffa con la necesidad de ser rescatado ante la última carga de la caballería de Saladino, ejército enemigo que enseguida me trajo memoria de Drago, aquel oficial de la novela de Dino Buzzatti que acampaba frente al remoto desierto de los tártaros y desaparecía de la vista de sus seres queridos y de la vida.


Abrumado por tanta desaparición seguí leyendo los comentarios del blog del escritor argentino por puro entretenimiento y recreo y me encontré un comentario curioso. Una compatriota suya afirmaba que 'ciertos personajes' sólo se encontraban en el 'subte' (el metro) rioplatense. Al momento me sentí alarmado porque en mi anterior narración, en primera persona, yo me había postulado como personaje de la misma y, por tanto, si lo que aquella mujer aseguraba era cierto, yo sólo existía en un 'subte' de Buenos Aires y llevaba 28 años morando allí y no en Bilbao como creía. Un desplazamiento interno de las costillas me provocó un dolor de corazón inexistente y seguí leyendo a descompás.


La comentarista del escritor seguía: 'Parece como si las profundidades por donde transcurre el metro, los atrajera más que la superficie.' Dolor inexistente que casi me ahoga. 'También a mí -pensé- me atraen más las profundidades del metro que la superficie, a pesar de que la superficie es todo mi mundo o, mejor dicho, toda mi calle.' Continúe leyendo: 'Me gusta el juego de contrastes'. Respiré hondo y traté de masajearme la zona donde latía mi dolor inexistente. Me abismé (me hundí) más en mis pensamientos y recordé las coincidencias entre Virgilio Ferreira, el suceso del metro, la narración 'repuesta' del escritor y el hecho de desaparecer y parapetarse detrás de una fortaleza medieval que, en realidad, está en el subte de la capital argentina.


La nota de la comentarista del escritor acababa mezclando en el mismo espacio al 'resto de personajes del vagón' con 'las frases de un poeta portugués' (Virgilio Ferreira) que hablaba en un poema de 'una noche medieval que andara por sus calles'. Algo que yo he escrito más arriba sin saber que es de Ferreira y que ahora me sorprende. Porque si soy capaz de citar a Ferreira sin haberle leído puede que hace dos años, con la copa de espumoso en la mano, leyera al poeta luso y no al prosista y epistolista a su reciente mujer Lobo Antunes y que, toda la literatura que yo atribuyo a Antunes, sea en realidad la de Virgilio Ferreira; de lo que se deduce que cabe la posibilidad de que no me haya pasado 28 años en el 'subte' porteño sino en mi mundo, en mi calle, y que, en realidad, hasta Virgilio Ferreira sea sólo invención de mi mundo, una patente literaria y que yo lo haya abismado, lo haya hecho desaparecer, lo haya parapetado de pie tras un muro romano de opus testaceum para evitar la invasión de los guerreros tártaros.


'Se puede comprobar en Internet cómo Virgilio Ferreira ha desaparecido para convertirse en fotógrafo y en futbolista de un equipo español que participó en las copas América y Mercosur. Sin embargo, en el subte de Buenos Aires, en el Metro de Bilbao, y en esta narración, Virgilio Ferreira sigue siendo un poeta portugués que anda en las calles medievales y se abisma en ellas, se parapeta en forma de novela o poema y desaparece para reencarnarse en nuestra mirada. 'Una historia dentro de una historia', así acababa la nota, apostilla o comentario de la comentarista del escritor argentino que había repuesto 'Escena diurna' como una respuesta a mi 'Travesía del desierto'.

Una historia dentro de una historia que abarca distintas épocas, ciudades y desiertos a distancias remotas, libros como parapetos y autores irrealmente desaparecidos. Sé poco sobre Virgilio Ferreira, el escritor invisible convertido en futbolista y fotógrafo, pero me pregunto si en el tránsito de líneas de metro y en el pulular de comentarios sobre personajes siniestros que habitan la ficción, no nos habremos convertido en guerreros tártaros invisibles que acechan los baluartes de la realidad donde se parapetan los que no tienen fantasía.

Es duro saberlo. Como guerreros tártaros invisibles necesitaremos agudizar los sentidos y sacar brillo a nuestras armas. Necesitaremos aprender a cabalgar la vida cotidiana y a ponerla en peligro constantemente atacándola. Necesitaremos aprender a desconfiar del correo del Zar y comportarnos como rebeldes silenciosos, saboteándola sin que Drago nos divise desde la atalaya de su fortaleza sin tiempo. Es importante saber que no existimos, pero que aspiramos a tomar Kolyvan al asalto y rugir como bestias parapetados desde cualquier libro o teclado.

3 comentarios:

Raquel Barbieri dijo...

Iván,

Antes de ponerme a leer esta travesía de la mente y el corazón que has escrito, armando un puzzle que nos une a Ferreira, a Carlos, a ti y a mí (con lo cual no puedo más que sentirme rebosante)... te dejé un comentario en la entrada de Bartolomeo Vanzetti porque se me iban los deditos.

Te digo que me gusta cómo entrelazas los hechos con las sensaciones.
Gracias y saludos,

Firmado:

"La comentarista del escritor"

(no está nada mal para nombre de una novela:)

Carlos Paredes Leví dijo...

Nuevamente me ha seducido una narraci�n suya y le agradezco las menciones hacia m� mi blog y cierta comentarista.
Tambi�n tengo que aportarle dos datos, uno como correcci�n y otro como confesi�n: el primero es que la guerra de la que tanto escribe Lobo Antunes y que conoci� de cerca, fue la de Angola (me temo que usted tuvo un comprensible lapsus) y el segundo, es que la escena la imagin� en el metro de Madrid.
Me gusta mucho Lobo Antunes, de quien tengo unos 15 o 16 t�tulos. As� mismo, soporto una filia particular por los escritores lusos y si me permite una recomendaci�n que ahora me viene a la mente: "Cuentos de la monta�a", del gran Miguel Torga.
Continuar� pasando por aqu�. Lo paso bien
Un saludo.

Iván dijo...

¡Qué razón tienes, Carlos, Imperdonable. Escribí y no fui a comprobar esos dato de Angola y el metro de Madrid!

La primera la corrijo, la segunda la dejo como pequeña licencia poética. Y tomo nota de 'Los cuentos de la montaña'. Gracias.

Saludos.