miércoles, 6 de diciembre de 2006

"Una historia verdadera"


Ayer pude ver, por pura casualidad, en la televisión pública vasca, ETB-2, "Una historia verdadera", la película menos marciana de Lynch, aparentemente la menos simbólica y transgresora y, a un tiempo, su film más hermoso, más denso y humanamente complejo, más clásico en el sentido fordiano y claro en lo fílmico, más honestamente emocional y limpio; un recorrido melancólico y conservador por el Medio Oeste americano de mano un curioso protagonista: Alvin Straight (Richard Farnsworth), viudo de 73 años que vive en Iowa con su hija discapacitada Rose (Sissy Spacek), que padece un enfisema, tiene problemas de visión y de cadera y acaba de sufrir un brusco desfallecimiento. Al recibir una llamada que le alerta del grave estado de salud de Lyle, su hermano mayor, con quien no se habla desde hace diez años, Alvin decide emprender un viaje en solitario hasta Wisconsin, donde vive Lyle, con el único medio de transporte que tiene a su alcance, una segadora.


El viaje como leit motiv es tan antiguo como el propio arte de contar historias. El viaje purifica, permite encontrar a tus iguales, dejar retazos de tu sabiduria en los jalones que vas encontrando en el camino y, en este caso, su dureza permite borrar el "orgullo" que ha provocado la brusca y dolorosa separación del hermano. Este viaje de Alvin por la América más profunda se convierte en una suerte de expiación, un pequeño modelo de "pasión" cristiana donde también hay pruebas de vida y ésta, constantemente, se pone en juego: no sólo a nivel emotivo, que sí, sino a nivel físico también. Alvin es Hércules, pero un Hércules a muletas, un Hércules de más de setenta años a punto de echar el último aliento y que apenas tiene fuerzas para mirar al suelo y a las estrellas. Alvin es también Don Quijote (sino ver la primera vuelta como derrotado al pueblo del "caballero" ante la sorna de sus convecinos) empecinado que tiene un sueño y se enfrenta por él a todos los sensatos consejos que le dicen "no lo hagas, son molinos". Su suerte está escrita en las estrellas, estrellas que le vigilan y le bendicen, que se desplazan con él y le brindan consuelo y compañía.


Lynch filma con auténtica alma en cada movimiento de cámara, da velocidad y cinética a una historia, por definición, de lentitud, nos muestra los cambiantes paisajes americanos (pasamos del cereal de Iowa a las verdes campiñas de Wisconsin en una bella fotografía no demasiado elegiaca, contenida) y la gesta del "cruzado" de su causa con velada ironía al principio (la cámara se mueve por la raya de la carretera a la ridícula velocidad de la segadora) y grandilocuente belleza aérea al final en unos planos generales que elevan moralmente la talla del pobre campesino. Todo acompañado por la bella partitura de Angelo Badalamenti, una conjunción de sinfonías melancólicas sacadas de la ventresca del viejo country y casadas con lo sinfónico que le ponen a uno la lágrima en los ojos permanentemente (ver la escena donde Sissy Spacek está mirando por la ventana, recordando a sus hijos perdidos, por ejemplo, y suenan los limpios acordes de guitarra del compositor italiano).


Porque "Una historia verdadera" habla sobre todo de pérdidas irreperables o que creemos irreparables, de hermanos enfadados, de amores perdidos, de familias rotas, de hijos arrebatados, de hombres buenos atrapados en su cinismo y su rutina, de antiguos excombatientes aún asustados como niños, de qué hay de profundo y de auténtico en el corazón humano; todos compartiendo el mismo cielo y, quizá, las mismas dudas. Es una película de pocas palabras pero todas necesarias. Quizá es una de las películas de actores mejor dirigidas de los últimos tiempos, como antaño: todo se dice con la mirada, con el escozor de los ojos. El hermano recibe a Alvín y apenas se hablan. No importa. Lyle entiende perfectamente todo lo que ha sucedido cuando ve la polvorienta segadora de césped en la que su hermano ha recorrido dos estados para verle; comprende su esfuerzo, su humildad, su amor. Unos ojos a punto de prorrumpir en lágrimas, un par de acordes de Badalamenti y el cielo estrellado que parece moverse como el viento sobre el cereal, hacia atrás y adelante, es todo lo que Lynch nos ofrece en un ejercicio de economía cinematográfica apabullante. No necesitamos más para saber qué va a pasar. No hace falta ponerse falsamente melodramático.


Supongo que conocéis muy bien la película, espero que os guste y que, como a mí, os consuele algo por haber nacido en esta mierda de mundo de ciegos y sordos y gente sin alma. Realmente merece la pena levantarse de la cama cada día pensando que uno puede encontrarse en algún momento con algo tan verdadero y emotivo como "Una historia verdadera".

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